sábado, 16 de julio de 2011

Diario de Irak

Diario de Irak es un reportaje (Aguilar, Bogotá, 2003) escrito por Mario Vargas Llosa sobre la llamada guerra de Irak, desarrollada entre marzo y mayo de 2003. Es un libro, como todos los suyos, ameno y argumentativo. Recoge las impresiones del escritor in situ, 54 días después de haberse hecho la invasión por una coalición encabezada por los Estados Unidos e integrada por veinte países. Esa invasión no contó con el apoyo de las Naciones Unidas y por eso fue objeto de crítica por muchos sectores de la opinión mundial, aunque también otros la respaldaron. Mario Vargas Llosa estuvo entre los intelectuales que no la aprobaron. Su razón coincidía con la de la mayoría: el que se atacara a un gobierno forajido como el de Irak, presidido por un genocida como Saddam Hussein, sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU, desproveía la acción del indispensable consenso y la debilitaba moralmente. Realizada la operación, el escritor, fiel a su condición de intelectual, visitó el país para calibrar por sí mismo los efectos de la misma y la opinión de los iraquíes.

Lo que vio era de esperarse. El país en ruinas, con graves problemas de electricidad y agua, sin autoridad, saqueado, plagado de ladrones y homicidas, sin dinero y sin trabajo. Pero en la medida en que conversaba con la gente se dio cuenta de que la llegada de los invasores fue saludada con beneplácito. La tiranía de Saddam Hussein había hundido al país en un infierno de represión, pobreza y desesperanza. El terror se había enseñoreado de tal manera, el liderazgo democrático diezmado, que era imposible una protesta o rebelión popular capaz de dar al traste con el régimen. En 1991, por ejemplo, se produjo la intifada chiíta, explosión de rebeldía desesperada de la más numerosa etnia del país, reprimida sin piedad. Los arrestados fueron obligados a concentrarse en los descampados de las ciudades y a cavar enormes fosas a cuyas orillas debían mantenerse. Formados en filas fueron asesinados con ráfagas de ametralladoras y caían en las excavaciones. Otros empujados y enterrados vivos. En la ciudad de al Hillah, capital de la provincia de Babilonia, se desenterraron 115.000 cadáveres. En cada una de las 18 provincias del país había por lo menos tres fosas con cientos de miles de restos humanos. El cómputo fue espantoso: alrededor de 5.400.000 personas habían sido asesinadas y sepultadas en estas fosas comunes. Aún no se sabe con exactitud el número de muertos pero se calcula que no son menos de ocho millones, lo cual hace de Saddam Hussein un genocida tan igual o peor que Hitler.

Vargas Llosa, que había criticado la invasión, dice que se arrepintió de ello pues sólo una fuerza coaligada podía eliminar una dictadura tan atroz, tal como Hitler sólo pudo ser derrotado por una alianza de países democráticos. Si la coalición en 2003 –dice- hubiera motivado la guerra de Irak con la razón explícita y sustentada de poner fin a un régimen genocida comparado en atrocidad sólo con el nazismo, la opinión pública mundial hubiera sido más homogénea en el respaldo. A pesar de haber visitado a Irak apenas dos meses después de la invasión, el escritor constató en la gente un ansia de paz sólo alcanzable por medio de la democracia liberal. Hoy Irak tiene una democracia parlamentaria, limpiamente electa con más del 70% del voto popular, proporcionalmente representativa de chiítas, sunitas y kurdos, las tres etnias clave del país.

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