Jesús es nuestro abogado
El
tema señalado en el título de este
artículo es de sumo interés. Para entender
su exposición el lector debe tener en cuenta dos condiciones imprescindibles:
1) Su contenido, basado esencialmente en
la Biblia, está dirigido a creyentes en Dios; por supuesto, un ateo puede
leerlo y, si el fanatismo no lo abruma, debería suscitar su reflexión; no en
vano, cada día hay más evidencias de cómo la ciencia ha venido ratificando los
hechos bíblicos. 2) La medición del
tiempo de Dios no es exactamente precisable para la mente humana; el
mismo texto bíblico lo indica: para Dios mil días pueden ser un día y un día
puede ser mil, tal como lo conocemos.
El
ser humano tiende a ser facilista en sus asuntos. De allí que, tratándose de
Dios, haya buscado exaltarlo representándolo en imágenes y, como paso
subsiguiente, terminado aceptando intermediarios para llegar a Él. A lo largo
del tiempo, particularmente después de la crucifixión de Jesucristo, el ser
humano ha concebido una gama numerosa de imágenes e intermediarios hasta llegar
a la superchería y derivados abominables como la brujería y la santería. Sin
embargo, la búsqueda de Dios, según su propio designio, es inherente a la
naturaleza del hombre.
Remontémonos
a los orígenes de la humanidad: Adán y Eva desatendieron el consejo de Dios y
comieron el fruto del árbol prohibido. Comenzó así la vida en el pecado. A
consecuencia de esta desobediencia, Adán transfirió a Lucifer el señorío que
Dios le había dado sobre la tierra. Lo posesionó entonces como el príncipe del
mundo, príncipe de las tinieblas. Así comenzó su gran conspiración, valido de
poder, porque –no debemos olvidarlo- Lucifer, antes de su desgracia, era un
ángel poderoso, magníficamente dotado. Ese poder lo conserva como primer ángel de la oscuridad. Los ángeles no
son omniscientes ni omnipotentes ni omnipresentes. Por eso Lucifer carece de
estas facultades, pero sí tiene poder para el mal. Por tanto, no puede leer el
pensamiento pero sí puede poner malos pensamientos y malos sueños.
Tan
pronto se produjo la caída original, Lucifer se propuso desviar la atención de
los hombres respecto de Dios. Es decir, hacer que Dios no estuviera en el
primer plano de la adoración, la búsqueda y la rogativa del ser humano. De allí
que comenzara a trabajar para sustituirlo por otras entidades supuestamente
divinas. O, mejor dicho, por falsos dioses.
Consideremos,
primero, que Dios, en su omnisciencia y omnipotencia, desde su suprema
realidad (misteriosa en parte para
nosotros, dada nuestra inteligencia aún limitada para entender la grandeza de
su creación), motivado por su infinita misericordia, ya había concebido la
forma como daría al hombre oportunidad
para salvarlo de la desgracia causada por la desobediencia de Adán. Es decir,
ya estaba en su plan la venida del Hijo del Hombre, en momentos que fueran
cruciales para la existencia misma del ser humano. Este plan fue anunciado por Dios cuando
maldijo a la serpiente que había inducido a la primera mujer a comer el fruto
del árbol de la ciencia del bien y del mal:
Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre
tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en
el calcañar.
Génesis 3: 15
La
simiente de la mujer por antonomasia, María, heriría en la cabeza a Lucifer,
venciéndolo, reduciéndolo a la impotencia, entre tanto que éste heriría en el
calcañar a aquélla, provocando la muerte en la cruz. Jesucristo resucitó de entre los muertos y Lucifer
quedó vencido para siempre, a la espera del juicio final de Dios.
Luego,
desde los albores de la existencia humana, el príncipe de las tinieblas comenzó
a inculcar en los descendientes de Adán un culto sustitutivo del culto al Dios
Altísimo que respondiera a su propósito y en definitiva lo exaltara a él. De
allí que conspiró para poner en el corazón de los hombres un sentimiento de
adoración a la tierra que en esos tiempos era su único sustento y que Lucifer indujo a representar en figura
de mujer. Eso explica la realización, al principio, de estatuas toscas de mujer
simbolizantes de la tierra fértil. Entre las más antiguas están la Venus de
Laussel y la Venus de Lespugue que, en su constitución corporal (mamas grandes
y carnes exuberantes), son una alegoría de la maternidad nutricia. Se instituyó
así el culto a la mujer, más adelante devenida en una “reina del cielo” que se
manifestaría en una forma (ya más
refinada) de la madre con un niño en brazos, prefigurando la modalidad de la
“virgen y el niño” en culturas de mayor adelanto. Es decir, en las culturas
inferiores (del paleolítico) el culto sustitutivo centrado en la mujer se
expresó en figuras toscas de barro y arcilla, como las de las venus indicadas,
y en culturas más avanzadas adquirió una prefiguración más en sintonía con el
plan de salvación anunciado por el Creador (el Mesías, nacido de una virgen
ungida). Esta prefiguración tiene lugar con la aparición de una de las primeras
ciudades del planeta, Babilonia, fundada por Nimrod, el primer poderoso de la
humanidad cuya brevísima biografía está narrada en Génesis 18: 8-12. Nimrod
fundó otras ciudades, las más importantes de las cuales fueron Nínive y Resén. La leyenda y la transmisión oral han dado
cuenta más abundante de la vida de Nimrod: se proclamó dios solar, se casó con
Semíramis, reina de Babilonia, mujer ambiciosa y sin escrúpulos, a quien él
proclamó diosa de la fertilidad, de la luna y de la noche. Muerto Nimrod,
Semíramis quedó embarazada, y dio a luz un hijo al que llamó Tamuz. En su
mentalidad alejada de Dios, Semíramis -a
fin de aumentar su poder- planteó que Tamuz era la reencarnación de Nimrod, por
lo cual se convirtió al mismo tiempo en madre y esposa de su hijo. De allí que
fuera representada como una madre con su hijo en brazos. Esto al principio fue
en Babilonia, la ciudad pecadora por excelencia por cuanto en ella se instituyó
el culto a dioses falsos y que, hoy en
día, es símbolo espiritual del pecado. (Babilonia, como se sabe, viene de “babel”,
vocablo hebreo cuyo significado es confusión).
Semíramis, así representada, vino a ser “reina del cielo” o “madre del cielo” y su culto se extendió
luego por Asia Central y Europa. A medida que el mundo evolucionaba esta “madre del cielo” –con un hijo en sus
brazos- fue adquiriendo diversas
figuraciones y denominaciones, coincidentes en su acepción esencial. Algunas
son: Isis entre los egipcios, Durga entre los hindúes, Venus entre los romanos,
Diana entre los griegos, Tonatzín entre los aztecas, Pachamama entre los incas,
etc.
Otra
a semejanza de Semíramis es Inanna –reina madre con niño en los brazos- entre
los sumerios, diosa del amor, de la fertilidad y la guerra. Aparecerán luego
Isthar, entre los mesopotámicos –diosa de la guerra y señora de las
batallas- y Astarté (Astaroth o Asera)
entre los cananeos (pobladores iniciales de Canaán, más tarde Palestina, tierra
prometida de los hebreos). Inanna, Isthar y Astaroth son las tres equivalentes
más antiguas de Semíramis. Las más arriba mencionadas son también equivalentes
en sus respectivas civilizaciones o culturas.
Inanna
es la más conocida, con sus símbolos característicos: el agua (que trae la
lluvia), la media luna (que lleva en la cabeza), el león, las estrellas de ocho
puntas (que suele llevar en las ruedas del carro que la transporta), el disco
solar, el arco y la flor de lis. Las otras comparten esos símbolos: Isthar, que
se hace acompañar de leones (a veces está sobre ellos), también frecuentemente
vista con la estrella de ocho puntas. Igual ocurre con Isis, acompañada de leones;
Durga, de los hindúes, con leones, el disco solar, el arco y la flor de lis.
Cibeles, con leones. La rosa es también otro símbolo que comparten estas
diosas, en especial Isis y Artemisa.
Vemos
cómo en el Antiguo Testamento estas diosas paganas son aquellas a las que se enfrentaron
los profetas: Asera (Astarté o Astaroth), Inanna. También a dioses como Baal,
Dugón, Hadad.
Así
en Jueces: 2:13 se dice: Y
dejaron a Jehová y adoraron a Baal y a Astarot.
Veremos
cómo esta “reina del cielo” o “madre del cielo” -cumplida la misión de Jesús,
resurrecto y elevado a los cielos- será confundida
con María a través del engaño perpetrado por Lucifer. Tal “reina o madre del
cielo” fue, pues, un espíritu engañador, una diosa falsa, cuya existencia se
produjo muchos siglos antes de la venida de Jesús. La conspiración de Satanás
ha sido de tal manera astuta que la adoración de esta clase de diosa crea una
gran pasión entre sus seguidores al punto de que, cuando tal adoración se ve
amenazada, suscita enojo, incluso violencia (el caso de Pablo agredido por
fanáticos de Diana de Éfeso es un ejemplo revelador en la Biblia).
En
Jeremías, en su libro escrito entre el
año 628 y 580 a. C., vemos continuamente
la denuncia que hace el profeta de esta “reina del cielo” perturbadora del
pueblo de Israel (Jeremías: 44:15-17).
Y en Jueces se relata cómo Dios se
manifiesta a Gedeón para que sea libertador de Israel ante los madianitas,
ordenándole que derribe el altar que su padre ha levantado en honor de Baal
acompañado de Asera (Jueces, 6:25-2)
Ya
en el ámbito del Nuevo Testamento, Cristo Jesús, momentos antes de morir en la
cruz, exhorta a Juan a que tome cuidado de María:
Cuando vio Jesús a su madre, y el discípulo
a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo.
Después dijo al discípulo: He ahí tu
madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
(San
Juan 19: 26-27)
A
partir de este momento se abre una nueva etapa en el empeño del enemigo
relativo a la sustitución del culto a Dios por el de una “reina madre” o “reina
del cielo”. Como ha escrito Ana Méndez
Ferrel en un esclarecedor libro titulado María,
la madre de Jesús, Lucifer “pone en la mira” a la madre terrenal de Jesús,
una vez que éste es crucificado, resucita al tercer día, y asciende –después de
cuarenta días- a la diestra del Dios Padre Todopoderoso. Mientras María vivió
bajo el cuidado de Juan, Lucifer no intentó poner en el sentimiento de los
hombres el culto a la madre terrenal del Salvador. Una vez que se produce su
deceso, reanuda su conspiración. Como se sabe, el cuerpo de esta santísima
mujer no se ha encontrado en ninguna de las tumbas que se le han atribuido y es
muy posible que el mismo haya sido arrebatado precisamente para evitar su
conversión en un objeto idolátrico, como ocurrió con el cuerpo de Moisés cuyo
arrebatamiento sí está descrito en el Antiguo Testamento.