lunes, 6 de enero de 2014

Las experiencias concretas


 

Lo que vivimos en el diario trajinar siempre tiene algo que enseñarnos. Eso es mucho más evidente e importante cuando se vive con Cristo. ¿Cuándo se vive con Cristo? Cuando lo hemos recibido como Señor y Salvador a través de una oración de fe y, desde ese momento, nos esforzamos por vivir conforme a su ejemplo y enseñanzas. Cristo está ansioso por acogernos con los brazos abiertos, pero al recibirlo expresando nuestra fe en Él, tenemos que cambiar, nacer de nuevo. Y esto involucra una búsqueda constante de su rostro, de su presencia. De allí su consejo: orad y velad. Es decir, no debemos cesar de orar con la sinceridad del corazón sino que hemos de estar en permanente vigilancia. ¿De qué? De nuestros actos,  nuestras palabras, nuestros pensamientos, sentimientos, etc. Esto es, que no hemos de dejar espacios vacíos por los cuales pueda inmiscuirse el enemigo; no olvidarnos, por tanto, que  Cristo está con nosotros y hemos de procurar una constante comunión con Él. Ciertamente las tentaciones van a venir, sobre todo cuando se empieza a caminar con el Señor    (porque el enemigo no quiere perder lo que antes tuvo) pero si oramos continuamente, ayunamos, y somos oidores y hacedores de la Palabra, las tentaciones serán extirpadas y el enemigo derrotado. La constancia en el vivir con Cristo implica un vínculo cada vez mayor con el Espíritu hasta, que llenos de Él, logramos separarnos del pecado. De allí que el diario trajinar siempre ha de ser para nuestra edificación. Ojo: orando y velando pero también haciendo. ¿Haciendo qué? El bien. A todos, incluso a quienes –por una u otra razón, a veces baladí- no nos quieren o nos han herido u ofendido. En eso consiste el nacer de nuevo. Es decir, dejar de ser el pecador que fuimos, lo cual involucra el no contristar al Espíritu Santo –como tan claramente lo solía indicar esa mujer santa y ungida que fue Kathryn Kulhman- y el perdonar. Vivir con Cristo es amar, y amar es perdonar. Y perdonar no sólo a quienes queremos o quisimos, sino a quienes alguna vez tuvimos como hacedores de nuestro mal. Cristo fue en esto un testimonio maravilloso. Devolver bien por mal, bendecir a quienes nos maldicen, etc., fue en Él una exhortación constante.

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