lunes, 26 de octubre de 2015

La Deidad Trina y la adoración

     La comunidad cristiana, es decir, la llamada "evangélica" (término hasta no hace mucho pronunciado por muchos en sentido despectivo), tiene muy claro que el único intercesor entre Dios y los hombres es Cristo Jesús. Versículos bíblicos, en número suficiente, así lo demuestran. Cualquier otro intercesor, hombre o mujer, es incorrecto.
Esto está ligado al carácter exclusivamente divino de la Deidad Trina (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Nadie más tiene este carácter. Por tanto, sólo los miembros de esta Deidad pueden y deben ser adorados (es decir, reverenciados o dignos de culto por su  divinidad). En este sentido punto neurálgico es María, la madre de Jesús. María fue y es -en su memoria perenne-  una mujer digna de toda honra pero no de adoración. ¿Por qué? Porque María fue un ser humano, indiscutiblemente excelso, pero humano, terrenal. El hecho de que Dios la haya escogido para que fuera la madre terrenal de Su Hijo indica el mérito espiritual sumo de María, lo cual es un privilegio incomparable. Pero ello no le confería carácter divino. De allí que debemos honrarla, amarla, elogiarla, pero no adorarla porque sólo se adora a Dios, a su Hijo y al Espíritu Santo. Por ende no es cierto que los cristianos llamados evangélicos no guarden respeto por María. Todo lo contrario: se le respeta, se le venera, se le ensalza, pero no se le adora. Y ello, con mayor razón todavía, es extensible a todos los santos: hombres y mujeres revestidos del pecado original, independientemente de que en el curso de su vida hayan logrado vivir en santidad. Se respeta y puede elogiarse su memoria pero en ningún caso se les debe adorar.
     Quiero terminar con un testimonio que me acaban de referir: una mujer sencilla, muy católica, orante dedicada, apeló a la Virgen acerca de por qué muchos "no la querían".
     En sueños se le apareció María y le dijo que no debía preocuparse porque era su Hijo quien debía ser adorado, buscado, y que ella, como su madre terrenal, sentía gran complacencia por la honra y gloria sempiternas  dadas a Él. No hay duda: Cristo Jesús es Dios y su rol es el de intercesor de nosotros, seres humanos, ante Dios. En consecuencia, todo cuanto pidamos al Padre Eterno debemos hacerlo en el nombre de Jesús.

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