La isla bajo el mar es el título de una
de las novelas de Isabel Allende. Transcurre entre finales del siglo XVIII y
principios del XIX (1780- 1810, aproximadamente). Es la historia del Haití bajo
esclavitud, país que se libera de Francia en 1804, cayendo bajo la dictadura
del general Dessalines quien, a pesar de haber obtenido prestigio como
abolicionista, terminó practicando la esclavitud y su tráfico. La anécdota gira
en torno al plantador Toulousse Valmorain, un hombre voluble sentimentalmente,
diferente, no obstante, de sus colegas por dar un trato benigno a sus esclavos.
La esclavitud, con todas sus crueldades y estigmas, es descrita con acierto en
esta novela clasificable como histórica. Al final se hace un bosquejo de la
Luisiana estadounidense de la época a la que convirtieron en refugio y exilio
los plantadores ahuyentados por la feroz rebelión de los esclavos que
incendiaron las plantaciones y convirtieron a Haití en una tierra humeante. De
allí se ha querido explicar con mente determinista la pobreza secular de esa
nación cuya independencia se declaró con el nombre de República Negra de Haití.
Sin
embargo, en mi opinión, no fue la calcinación de la tierra la causa de la miseria
y atraso sino la inserción de la población negra en los valores de una África
para entonces en su máximo grado primitivo. Esos valores sumieron a esa
población en un animismo rudimentario equivalente a brujería en alta escala. La
casi totalidad de la población africana originaria, seguida de la mezclada en
sus múltiples y complejos tipos, hizo suya la brujería con sus dioses exaltados
y obedecidos según rituales cotidianos y simples y otros más complejos y
especiales. El cristianismo fue en la época de la novela apenas visible a
través de la fe católica practicada por las familias blancas dueñas de las
plantaciones, fe, sin embargo, interferida por las creencias de la servidumbre
negra abundantemente establecida en las casas principales. El Vudú, nombre
oficial de las creencias mágicas africanas, se extendió por el país al punto de
minimizar cualquiera otra manifestación religiosa. Durante el gobierno de
Francoise Duvalier, médico que se declaró dictador vitalicio, el Vudú y, por
tanto, la brujería adquirió rango gubernamental.
La
práctica de la brujería, desatada desde los orígenes de la nación, ha hecho de
Haití un país sombrío, el más pobre de América, víctima de terremotos,
inundaciones, epidemias, hambrunas, crueldad. Desastres naturales la han
asolado mientras que Republica Dominicana, su vecina, no ha sido afectada. Ello
se explica porque la brujería es arte de los poderes de las tinieblas y donde
éstos son fuertes reinan la miseria y el sufrimiento. Afortunadamente en los
últimos años pastores cristianos han entrado en Haití y reforzado a pequeños
grupos cristianos existentes y fundado iglesias que han contactado a buena
parte de la población. El pastor Alberto Motessi ha sido el adelantado de la
campaña evangelística, logrando que el cristianismo se asiente en el país. El
resultado es estabilidad política, un nivel de progreso en crecimiento y una
ausencia de las penurias y los desastres de la naturaleza que trajeron
muerte y enfermedad. Si algún
mérito descollante tiene La isla bajo el
mar, de esa talentosa novelista que es Isabel Allende, es el de exponer con
exactitud los orígenes y rasgos de Haití antes de la independencia, rasgos que
la marcaron hasta hace pocos años.
Quienes,
como Cuerpo de Cristo, estamos fuera debemos orar continuamente por Haití para
que el Evangelio y una consagrada y poderosa comunidad cristiana se instalen en
esa amada nación tan significativa para el continente americano.