miércoles, 18 de abril de 2018

La isla bajo el mar, el caso de la brujería


            La isla bajo el mar es el título de una de las novelas de Isabel Allende. Transcurre entre finales del siglo XVIII y principios del XIX (1780- 1810, aproximadamente). Es la historia del Haití bajo esclavitud, país que se libera de Francia en 1804, cayendo bajo la dictadura del general Dessalines quien, a pesar de haber obtenido prestigio como abolicionista, terminó practicando la esclavitud y su tráfico. La anécdota gira en torno al plantador Toulousse Valmorain, un hombre voluble sentimentalmente, diferente, no obstante, de sus colegas por dar un trato benigno a sus esclavos. La esclavitud, con todas sus crueldades y estigmas, es descrita con acierto en esta novela clasificable como histórica. Al final se hace un bosquejo de la Luisiana estadounidense de la época a la que convirtieron en refugio y exilio los plantadores ahuyentados por la feroz rebelión de los esclavos que incendiaron las plantaciones y convirtieron a Haití en una tierra humeante. De allí se ha querido explicar con mente determinista la pobreza secular de esa nación cuya independencia se declaró con el nombre de República Negra de Haití.
            Sin embargo, en mi opinión, no fue la calcinación de la tierra la causa de la miseria y atraso sino la inserción de la población negra en los valores de una África para entonces en su máximo grado primitivo. Esos valores sumieron a esa población en un animismo rudimentario equivalente a brujería en alta escala. La casi totalidad de la población africana originaria, seguida de la mezclada en sus múltiples y complejos tipos, hizo suya la brujería con sus dioses exaltados y obedecidos según rituales cotidianos y simples y otros más complejos y especiales. El cristianismo fue en la época de la novela apenas visible a través de la fe católica practicada por las familias blancas dueñas de las plantaciones, fe, sin embargo, interferida por las creencias de la servidumbre negra abundantemente establecida en las casas principales. El Vudú, nombre oficial de las creencias mágicas africanas, se extendió por el país al punto de minimizar cualquiera otra manifestación religiosa. Durante el gobierno de Francoise Duvalier, médico que se declaró dictador vitalicio, el Vudú y, por tanto, la brujería adquirió rango gubernamental.
            La práctica de la brujería, desatada desde los orígenes de la nación, ha hecho de Haití un país sombrío, el más pobre de América, víctima de terremotos, inundaciones, epidemias, hambrunas, crueldad. Desastres naturales la han asolado mientras que Republica Dominicana, su vecina, no ha sido afectada. Ello se explica porque la brujería es arte de los poderes de las tinieblas y donde éstos son fuertes reinan la miseria y el sufrimiento. Afortunadamente en los últimos años pastores cristianos han entrado en Haití y reforzado a pequeños grupos cristianos existentes y fundado iglesias que han contactado a buena parte de la población. El pastor Alberto Motessi ha sido el adelantado de la campaña evangelística, logrando que el cristianismo se asiente en el país. El resultado es estabilidad política, un nivel de progreso en crecimiento y una ausencia de las penurias y los desastres de la naturaleza que trajeron muerte y enfermedad. Si algún mérito descollante tiene La isla bajo el mar, de esa talentosa novelista que es Isabel Allende, es el de exponer con exactitud los orígenes y rasgos de Haití antes de la independencia, rasgos que la marcaron hasta hace pocos años.
            Quienes, como Cuerpo de Cristo, estamos fuera debemos orar continuamente por Haití para que el Evangelio y una consagrada y poderosa comunidad cristiana se instalen en esa amada nación tan significativa para el continente americano.


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