jueves, 12 de julio de 2018

La Jornada, Myrna Grant

La Jornada, Myrna Grant
            Con este título, Myrna Grant escribió el libro en el que relata la vida de Rosa Warmer, la mujer judía que predicó el Evangelio en los campos de concentración nazis, específicamente Auschwitz y Bergen-Belsen. Warmer era natural de Hungría cuando ésta formaba parte del imperio Austrohúngaro, nacida en Piestany, una población pequeña, pacífica, en la que pasó su niñez y parte de su juventud. Criada como judía, un día cayó en sus manos una Biblia que comenzó a leer en cierto modo por azar, quedando impactada por la espiritualidad y verdad derivada de ella. Inmediatamente se entregó a Jesús. Sin dilación comenzó a realizar La Gran Comisión, obedeciendo la exhortación de Dios que había recibido para predicar a su propio pueblo.
            Nacida en 1909, vivió los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial. No obstante, su familia no padeció de manera terrible los rigores de esta guerra. Tenía 27 años cuando Hitler tomó el poder y, aun cuando este hombre, previamente escrito su célebre Mein Kampf, manifestaba su odio contra los judíos, junto con su familia no creyó que las amenazas se convirtieran en realidad. Producida la invasión de Checoeslovaquia y de su país comenzó a abrir los ojos en ocasión de la anexión  a Checoeslovaquia de su pueblo natal, Piestany, profundamente húngaro, por órdenes de Hitler.
            Las autoridades húngaras, aliadas de Hitler, no hicieron suyos el odio contra los judíos y no dieron lugar a la persecución por lo cual el dictador las acusó de blandas y, pasados algunos días, de traición. Fue entonces cuando se hizo más fuerte la presencia nazi en suelo húngaro y se dio inicio a la persecución.  Rosa Warmer, que tuvo la protección de un matrimonio estadounidense de origen judío, los esposos Miller, no aceptó emigrar a Estados Unidos y poco tiempo después, caminando por las calles de Budapest, fue identificada como judía y capturada. Internada en Auschwitz continuó intensamente con su labor evangelizadora. Como todos los judíos fue sometida a toda clase de horrores en este campo y para mayor sufrimiento rechazada por los creyentes ortodoxos que la acusaban de practicar “la religión de los nazis”. Sin embargo, logró convertir al cristianismo a muchos de sus hermanos judíos. Aunque enflaquecida hasta el extremo, enferma, y expuesta a ser enviada a las cámaras de gas, Dios la protegió y sobrevivió no solo a Auschwitz sino a Bergen-Belsen.
            Liberada en 1945 volvió a Hungría y continuó con su obra evangelizadora en las calles, en las sinagogas, entre sus vecinos. Se tropezó con los gobernantes comunistas que se apoderaron de toda Europa oriental. En su propio país la seguían, la hostilizaban a sabiendas de que no era una luchadora política sino una evangelista. Su obra no era en vano y siempre conseguía la conversión de hermanos judíos. La acusaron de espía y fue encarcelada nuevamente. Al recobrar la libertad continuó realizando La Gran Comisión. El Señor, no obstante, consideró que su obra había sido suficiente y determinó su salida del país pero no para los Estados Unidos como la mayoría de sus hermanos de fe deseaban sino para Palestina. Tenía que ser allí porque el Señor le había dado por misión predicar el Evangelio entre los judíos, su pueblo. No era, por supuesto, una misión nueva sino la de siempre, desde que recibió a nuestro Señor Jesucristo como Señor y Salvador. Con nuevas perspectivas a principios de los años cincuenta emigró a Palestina, la Tierra Prometida. No sabemos si murió allí. El libro de Myrna Grant no lo dice, pero es de suponer que así fue. Redactamos esta nota en julio de 2018. Rosa Warmer había nacido en 1909.





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