sábado, 30 de enero de 2016

Jesús no vino en vano

     En medio de la crisis que vive el mundo en todos sus aspectos, la gente o, mejor, una porción de la gente, tiende a buscar respuestas o salidas espirituales. Hablo de una porción porque en realidad la mayoría determinante se deja arrastrar por lo que está aconteciendo: aceptan las confrontaciones personales, las guerras entre naciones, la inmoralidad generalizada, los delitos diversos, etc.  como algo normal y su percepción del mundo es más bien materialista. La porción restante apela, pues, a salidas espirituales o, por decirlo con más exactitud, espiritualistas. Espiritualistas, digo, porque muchos se entregan a doctrinas como la de la Nueva Era, la cual habla de Dios, pero de una manera difusa y también confusa: en una ocasión oí a un expositor connotado de esta doctrina (me reservo su nombre) decir que "Dios es un concepto" y que su concepto personal era el de que Dios es inteligencia; según esto, pues, cada quien puede tener su particular concepto de Dios. Pero Dios no es un concepto; es un ser concreto, viviente, es el Creador del Cielo y de la Tierra, del Universo en su vastedad. En este  sentido hay que decir que la mayor evidencia de la existencia de Dios es la presencia de su Hijo en la Tierra, hace un poco más de dos mil años. Presencia que nadie en sano juicio se ha atrevido a negar.
Jesucristo es Dios mismo, una de sus tres manifestaciones, y vino con una misión: dar un conocimiento pleno del Padre Eterno  y un camino de salvación a través de su sacrificio. Voluntariamente dio su vida y perdonó a sus agresores, con lo cual dio una lección de amor a toda la humanidad. Cuando Judas el traidor vino a entregarlo, uno de los acompañantes de Jesús sacó una espada y cortó la oreja de uno de los captores; Jesús lo disuadió y le dijo: " ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?" (San Mateo 26: 53-54).
"Es necesario que así se haga": con esta frase Jesús resumía el motivo de su misión.
Cuando digo que Jesús no vino en vano estoy queriendo significar que su presencia humana no puede ser pasada por alto, que es el hecho más importante de todos los tiempos en la Tierra, y que toda doctrina religiosa o espiritualista que lo ignore o ponga en segundo plano, es falsa. 
Renombro a la Nueva Era, una doctrina espiritualista que entusiasma a los buscadores de novedad: es falsa porque si bien exalta a un Padre universal difusamente panteísta, coloca a Cristo en segundo plano (cuando lo menciona) y para colmo, tocada de hinduismo, considera dioses a los hombres. Lo mismo puede decirse, falsos,  del Espiritismo, los Rosacruces, el ocultismo en sus diversas vertientes y de algunas sectas como la de los Testigos de Jehová que no aceptan el carácter divino de Jesús.
Jesús no vino en vano: ello significa también , de manera determinante, y como él mismo lo dijo, que es "el camino, la verdad y la vida" y, por lo tanto, que la salvación sólo es posible a través de su aceptación y el compromiso de obrar conforme a sus mandamientos. De allí que, una vez realizada esta aceptación, todos debamos cumplir el mandato de predicar el Evangelio, por cuanto estamos espiritual y moralmente obligados a compartir la verdad con quienes la ignoran y a señalarles el camino de la salvación que Dios quiere para todos los seres humanos.
Termino diciéndolo con escuetas palabras: Jesús no vino en vano, es decir, para ser ignorado o desplazado como las doctrinas citadas pretenden, acompañadas por el ateísmo, sino que su Nombre y su Palabra se establecen inexorablemente en toda la extensión del planeta.

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