El Diario de Ana Frank es uno de los documentos más dramáticos relativos a
la persecución del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial. Su autora lo
escribió en un lapso de dos años, los mismos en que estuvo escondida en un
anexo del edificio donde su padre tenía sus negocios, llamado por la familia
“Casa de Atrás”. Allí revela sus estados
de ánimo, signados por la angustia, ante la posibilidad de que los nazis,
ocupantes de Ámsterdam, descubrieran el escondite. También constatamos a una
jovencita inteligente –tiene apenas trece años cuando se inicia el refugio-,
consciente del peligro que corre, ella (sus padres, su hermana y cuatro
personas más) pero que no pierde su anhelo de vivir y la esperanza de que sobrevivirá.
En 1944, año final del escondite, ya se perfilaba el triunfo de los aliados y
Ana lo sabía –tenían un discreto aparato de radio que los mantenía informados-
pero la suerte no los acompañó: el 1 de agosto de 1944 Ana escribe la última
página de su diario y tres días después, el 4 de agosto, uno de los jefes nazis
de Ámsterdam se presentó a la Casa de
Atrás junto con tres esbirros armados de la policía colaboracionista
holandesa y arrestó a los ocho refugiados. Fueron llevados a una jefatura policial
donde permanecieron cuatro días al cabo de los cuales se les trasladó a
Westerbork, un campo de concentración transitorio holandés para judíos. Allí
estuvieron hasta el 3 de septiembre cuando fueron deportados a Auschwitz;
algunos de los acompañantes de Ana Frank fueron gaseados al llegar y su madre
al poco tiempo murió de inanición. En este campo Ana y su hermana Margot permanecieron hasta
principios de octubre, fecha en la que
las enviaron al campo de Bergen Belsen, al norte de Alemania, tenido como menos
terrible que el de Auschwitz, lo cual no era cierto pues en el mismo se hallaban
los carceleros y carceleras más despiadados, la comida era prácticamente
inexistente y las condiciones higiénicas catastróficas: el tifus y otras epidemias
cundían. Ana y Margot murieron a consecuencia del tifus, Margot primero y Ana
poco después, a fines de febrero de 1945. Sus cuerpos fueron lanzados a una
fosa común donde, el 12 de abril de 1945, liberado el campo por tropas
británicas, se encontraron apretujados miles de cadáveres
Otro de los documentos estremecedores sobre la persecución antisemita es la
novela de Antonio G. Iturbe titulada La
bibliotecaria de Auschwitz. Es una de esas novelas basadas en hechos reales
cuyo juego ficcional es muy discreto. Iturbe se fundamentó en las
conversaciones que tuvo con Dita Polachova (hoy Dita Kraus por el apellido de
su esposo, Ota Kraus, que en la novela aparece como Ota Keller, residentes
actualmente en Israel). También en una rigurosa documentación y libros de diversos autores, casi todos
judíos, que sufrieron el Holocausto. Iturbe se trasladó a Auschwitz para
conocer las instalaciones, recoger más informaciones de primera mano y
experimentar la atmósfera física y síquica de los sitios de reclusión y su
entorno, todavía siniestra. La
bibliotecaria de Auschwitz, libro testimonial, nunca pierde los atributos
de la novela: ágil, amena, y bien escrita. Los sufrimientos, el estar en vilo
ante la amenaza de la muerte, las efusiones de solidaridad y también de
mezquindad entre los cautivos, las esperanzas y sueños de libertad son
expuestos con realismo eficiente y sobrio.
Uno de los aspectos más llamativos de la novela es el referido a Josef
Mengele, capitán y médico de las
SS, prototipo de la maldad en la
tragedia nazi. Mengele permaneció en Auschwitz-Birkenau durante toda la guerra
y fue el terror tanto de los judíos como de los gitanos, las dos etnias allí
confinadas. Bajo la excusa de una seudo investigación genética, maltrataba a
los prisioneros, niños sobre todo, con una crueldad diabólica. Este individuo ciertamente, desprovisto de
sensibilidad humana, tenía características demoníacas. Sus experimentos lo
hacían uno de los más repugnantes criminales de guerra, si no el más, de toda
la humanidad. Mengele escapó a la Argentina y allí se escondió hábilmente;
después, cuando supo de la captura de Eichmann, se escurrió hasta Brasil; en
este país, en 1979, murió ahogado en una playa mientras nadaba, a los sesenta y
ocho años. De no haber tenido esta muerte habría sido encontrado por las
autoridades israelíes y ajusticiado. No deja de ser impresionante la naturaleza
criminal de este hombre pues, siendo un joven de 34 años cuando fue liberado
Auschwitz-Birkenau, ya había dado lugar a crímenes y torturas atroces.
Cabe preguntarse sobre el porqué de la feroz persecución de los judíos en
el Holocausto. Se han dado razones históricas, sicológicas, económicas, etc.,.
Pero las mismas pierden peso cuando se recuerda que los judíos han sido
perseguidos durante toda su existencia. El Antiguo Testamento da cuenta de varias
persecuciones: la de Egipto, el cautiverio en Asiria, el cautiverio en
Babilonia, la persecución frustrada de Amán en el Libro de Ester, la diáspora
generada por los romanos, el Holocausto. Incluso, antes del Tercer Reich, se
hicieron famosos los pogromos en Rusia, Polonia y en general en Europa
oriental. Algunos se han aventurado a decir que la persecución sufrida durante
la diáspora ha sido consecuencia del sacrificio al que sometieron a Jesús, lo
cual tiene aspecto verosímil. En el Evangelio de San Mateo (27: 24-25) se
relata cómo Poncio Pilato, al lavarse las manos, deja constancia de su
inocencia ante la condena a muerte de un justo:
“Viendo Pilato que nada adelantaba,
sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del
pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros.
Y respondiendo todo el pueblo
dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y
sobre nuestros hijos”.
Podría, pues, argumentarse que con semejante declaración los judíos se
echaron sobre sí una terrible maldición. Sin embargo, no debe olvidarse que en
los instantes de su muerte Jesús clamó ante el Padre Eterno el perdón a sus
captores:
“Y Jesús decía: Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
(San Lucas 23:34)
Y ocurre que el perdón tiene gran fuerza exculpatoria. Al solicitar perdón
ante Dios ya él lo concedía. Creo por esta razón que el pueblo judío (tozudamente negatorio de Jesús) recibió el
perdón del Hijo de Dios, ese hombre-deidad maravilloso que no negó su vida ni
escatimó su amor para trazar el camino de la salvación, incluyendo a parte de
ese pueblo -el suyo- que lo desconoció y lo sacrificó. Luego, no deberíamos
admitir que el Holocausto fue consecuencia del sacrificio de Jesús. Primero porque
Jesucristo, Señor de señores, Rey de reyes, perdonó; segundo porque si bien los
martirizadores de Jesús fueron judíos, todos sus seguidores también fueron
judíos (entre ellos los apóstoles y Pablo en resaltante lugar). Por demás el
hecho de que la mayoría de las persecuciones fueron hechas mucho antes del
advenimiento del Pastor de Galilea demuestra que la crucifixión no fue la causa
espiritual del genocidio del Tercer Reich.
Al meditar sobre este pueblo llegamos a la conclusión de que la causa de
sus vicisitudes se encuentra en su condición de pueblo elegido. El Antiguo Testamento refiere como Jehová llamó a
un varón piadoso de Ur de los caldeos llamado Abram (luego Abraham) para que
habitara la tierra de Canaán (“…desde el río de Egipto hasta el río grande, el
río Eufrates”, Génesis 15:18) y fundara allí una gran nación. Entre Jehová-Dios
y Abraham y su descendencia se estableció un pacto perpetuo “para ser tu Dios,
y el de tu descendencia después de ti”. Es evidente que ese pacto implicaba
aceptar y adorar al Dios Único y hacerlo conocer a toda la tierra. El pueblo
hebreo se convirtió por esto en depositario de una gran responsabilidad: era el
pueblo de Dios, pueblo elegido para una trascendental misión.
Satanás es el enemigo de Dios y de los seres humanos y desde la maldición
que en él recayó por haber inducido a la desobediencia a Adán y Eva su
propósito es separar a los hombres de Dios. Por esto el pueblo elegido, el
pueblo hebreo es uno de sus principales adversarios: dañarlo, perseguirlo es
uno de sus trabajos predilectos. La persecución al pueblo judío a lo largo de
su historia es el resultado de la especial saña de Satanás en su contra.