miércoles, 4 de mayo de 2016

Venezuela, crecer del Cuerpo de Cristo

Venezuela vive hoy uno de sus períodos históricos más críticos. Sin duda el más difícil contado el siglo XX y lo que va del XXI. Un país muy bien dotado por Dios en recursos naturales, uno de los más ricos del mundo, vive hoy en una escasez sin precedentes en todos los órdenes. Cuando el señor Hugo Chávez emergió a la vida pública a través de un golpe de Estado sentí respecto de él, apenas lo vi en televisión, una inmediata desconfianza. Vi, en la perspectiva profunda de su rostro, autoritarismo, venganza. En ese entonces yo era todavía inconverso y escribía en el "Diario de Los Andes" de Valera y en la versión digital de "El Universal". Inmediatamente comencé a advertir sobre él, en medio de la euforia general que lo aceptaba. Dije que veía en él a un hombre contemporizador con la violencia y partidario de radicalismos sociales. Hablé con familiares míos que lo apoyaban y, en el último momento, logré disuadirlos. Ya sabemos lo que ha pasado. Hugo Chávez Presidente maldijo a Israel y rompió relaciones diplomáticas y, como ya es vox populi, se hizo asiduo de la brujería, tanto así que acaba de salir el libro "Los brujos de Chávez" del periodista hispano-venezolano David Plácer. La semilla del mal se sembró. El Sr. Chávez murió y su designado sucesor Maduro continuó implementando el modelo estatista-socialista, redoblando el asedio a la producción, todo lo cual se agravó cuando el precio del petróleo -como ya se había advertido por economistas serios- cayó de 120$ a 45$ con tendencia a la baja. El inmenso ingreso dinerario se esfumó entre la corrupción y el despilfarro en beneficio de países amigos. No hubo obras públicas significativas y hacia el pueblo se practicó una dación universal de pensiones y una entrega de dádivas de estrecho alcance colectivo. El resultado de hoy: colas interminables para conseguir alimentos, inflación desbordada, racionamiento eléctrico, hampa sin freno, inexistencia de medicinas, etc. En suma: hambre nacional amenazante.
¿Por qué ocurrió esto?  Me resistía a creerlo. Pero todo esto puede ser alejamiento de Dios por parte de la población venezolana. Dios no se solaza en el castigo. La desobediencia aleja de Dios y ese alejamiento da lugar a un espacio que el maligno ocupa rápidamente: éste es el castigo. La dirigencia venezolana no se preocupó por edificar a la gente, por dar buen ejemplo, y la gente terminó por caer en un lamentable hedonismo. Fuimos el primer país mundial consumidor de whisky, el primer país del mundo consumidor de viagra, el país más botarate de América ("ta barato, dame dos"); el país con un santuario nacional de brujería, la montaña de Sorte, visitada por políticos, empresarios, artistas, profesionales, pobres, ricos, jóvenes, viejos, hombres y mujeres; se dio paso a la homosexualidad más extravagante: ya en estos años de excesos hay un concurso de belleza "Miss Transgénero"; los consultorios de brujos rebosan de clientela;  ser "vivo" y aprovecharse de los demás ha sido una característica criolla digna de aplauso; tener muchas mujeres y acostarse con ellas sólo por placer era una virtud masculina, etc., etc. Cuando la descomposición moral cunde nos alejamos de Dios y los demonios se activan. Se activaron mucho más cuando so pretexto de un "cambio" en 1998 se le dio el visto bueno electoral al militar que trató de asaltar el poder derramando la sangre de gente inocente.
Para mí no hay duda de que lo que ha pasado en Venezuela ha de ser para nuestro bien. Ya Dios extendió su mano misericordiosa y profetas cristianos han augurado un avivamiento y una recuperación hermosa de nuestro país. Todo esto sólo será paralelo al crecimiento del Cuerpo de Cristo. Cuando Cristo llega vienen el sosiego individual y colectivo, la esperanza. Nuestro Señor dijo: "...En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo" (Juan 16:33). Esa aflicción ya la hemos padecido. De allí la gran responsabilidad del Cuerpo de Cristo: "confiad", confiemos y no desmayemos en nuestra oración. Porque no se trata sólo de superar estos años aciagos sino de hacer de Venezuela una nación de creyentes, borrando el sello de nación en desobediencia que nos sumió en tiempo de tinieblas. Y esto exige un poderoso crecimiento del Cuerpo de Cristo. La iglesia actual, unida y orante, tiene ese reto. Dios oye cuando clamamos ante Él con humildad, sinceridad de corazón y perseverancia.

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