jueves, 17 de noviembre de 2022


Los Tatuajes

Hay una porción de la población mundial que admira y usa los tatuajes. No obstante, los tatuajes pueden causar infecciones en la piel y ser portadores (en caso de agujas  ) del VH, hepatitis y otras enfermedades dérmicas y sanguíneas. Ni siquiera son estéticos. Un rostro, brazos, un cuerpo cruzados con tatuajes generan una impresión desagradable. Cabe hacerse una pregunta: ¿los tatuajes son gratos a Dios, al Padre Eterno y Universal? Si admitimos que el Padre nos dotó en principio de un cuerpo sano, la respuesta es no. El pueblo judío, cuya responsabilidad religiosa en el mundo occidental es muy importante, no los acepta al punto de no admitir en sus congregaciones a personas tatuadas, salvo que lo sean antes de su conversión al judaísmo. Lo mismo podemos decir de la iglesia cristiana en sus diversas denominaciones, especialmente las llamadas evangélicas. ¿Creemos  que el Padre Eterno se complace con las marcas con que horadamos nuestro cuerpo? La respuesta es no. Y ello lo constatamos en las Sagradas Escrituras.

En Levítico 19:28 se dice: “No se hagan heridas en el cuerpo por causa de los muertos, ni tatuajes en la piel. Yo soy el Señor”.

            Y en 1ª. de Corintios 3:16:17: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que vosotros sois”.

            1ª. de Corintios 6: 19:20: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Pues por precio habéis sido comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”

            Los tatuajes son, pues, contrarios a la voluntad del Padre Eterno y colocárselos es un acto de desobediencia, sobre todo si quien se los pone forma parte del Cuerpo de Cristo, amén de los efectos perniciosos tanto para la salud como para la apariencia de las personas.

 Se ha  citado a los maoríes, pueblo indígena de Nueva Zelanda, como un ejemplo de la pertinencia de los tatuajes. Los tatuajes son un rasgo cultural de este pueblo, pero eso no los justifica. Los maoríes son un pueblo que recién sale de su primitividad, y están emigrando hacia los centros urbanos de Nueva Zelanda. Aquí, es de esperar, se reeducan a propósito de estas marcas corporales tan antiestéticas como peligrosas para la salud. Lo mismo puede decirse de las comunidades tribales de África sub-sahariana, aficionadas también a los tatuajes: en la medida en que pasan a niveles más altos de convivencia, van dejando atrás esta inconveniente costumbre.

  Aclaratoria: esta nota la he redactado como una contribución a las previsiones respecto de los tatuajes, que se han hecho muy populares en todo el mundo. No entraña, pues, ningún juicio de valor. Tengo familiares muy cercanos que se los han hecho. Afortunadamente ya se sabe que los tatuajes pueden ser eliminados a través de cirugía con rayos láser. 

 

 

 

 

 

Cómo llegué al camino de Jesús

         

          Dios nos habla de diversas maneras. Un amigo, un sueño, los hijos, los niños, la esposa, las intuiciones emanadas del corazón, una frase en la página de un libro, el decir del padre o la madre, etc. suelen ser vías suyas para llevarnos a asumir una decisión, rectificar, planificar u orientarnos. Es verdad que hay mucha gente incrédula o simplemente atea, pero también lo es que en la naturaleza humana existe una congénita inclinación a buscar a Dios, suscitada por la voluntad de su creación. La incredulidad y el ateísmo van de la mano y sus causas suelen ser la arrogancia intelectual, la ignorancia supina, la real de los incultos temerarios y, por supuesto, los errores de las instituciones eclesiásticas.  El ateísmo se jacta de su propia equivocación explicando a Dios a través de razones o argumentos puramente humanos y se solaza tanto en sí mismo que termina siendo una religión. He leído y escuchado a personas ateas alardeando de sus creencias con un énfasis y gozo sólo equiparables a los de cualquier hiperestésico confesional.

          Ocurre que Dios está ahí. Es un caballero: nunca vendrá obligando; espera que lo inviten y cuando esto sucede acude sin tardanza. Otras veces, cuando uno de sus hijos revela disposición a servirle o un corazón que lo anhela, aunque ande en caminos equivocados, lo llama. Y cuando llama no hay vuelta atrás. Comienza con mensajes explícitos, amorosos, en lapsos que pueden ser considerables. Si esto falla, llama a través de una crisis individual. Y si aun esto fallare, apela a lo que yo llamaría una coactividad irrefragable, es decir, a una situación de gran severidad. Así como Einstein dijo que “Dios no juega a los dados”, puede decirse que con “Dios no se juega”. Si Él llama no queda más sino obedecerle.

          Un llamado fue lo que ocurrió conmigo. Siempre, desde que tuve uso de razón, experimenté sed de Dios. En mi adolescencia me arrodillaba pidiéndole me dijera acerca de cómo era Él, cuál de las religiones era la verdadera. No tardó en responderme. En 1963 fui a España y allí encontré un libro anónimo explicativo acerca de Dios. Era un libro unitarista: recomendaba la oración sólo a Él, por lo menos dos horas diarias. Su exhortación central era la de que nos consagráramos en oración la mayor parte del tiempo. Hice caso por unos días. Después me perdí en las disquisiciones de la teosofía, los rosacruces, el gnosticismo; alguien me habló del espiritismo; me interesaron los extraterrestres.

          En 1976 conocí a un hombre de mediana edad, en la ciudad de Trujillo, creyente adventista, que se interesó por mí. Con paciencia me buscaba y me hablaba de Dios y Jesucristo; fui con él a dos retiros de su iglesia. Venía a mi casa y se sentaba conmigo para leer la Biblia y descubrir sus tesoros. El leía, explicaba, me instaba a subrayar lo más importante mientras yo bostezaba. Nunca lo tomé en serio. Se cansó y no volvió a buscarme más. Desde entonces, hoy 2015, no volví a verlo. Pero dejó en mí la semilla del Evangelio. Hoy lo recuerdo con gratitud y pido al Espíritu Santo me permita encontrarlo otra vez para darle un gran abrazo.

          Como mis experiencias con Dios no fueron serias -a pesar de mi sed intrínseca de Él- mi vida adulta transcurrió en el pecado. Fui un aficionado pertinaz a las mujeres. Diría que esa fue la máxima vulnerabilidad de mi tesitura espiritual. Confieso que hoy lamento mucho esa tendencia porque la infidelidad es uno de los pecados más destructivos de la paz matrimonial y la unidad familiar, muy contaminante del ser individual.

No hay duda de que la finalización de la vida física conduce a otra dimensión de la vida. Pensar que nacemos para morir, convertido nuestro cuerpo en un montoncito de cenizas, es un absurdo. La chatura espiritual de los ateos es ostensible. La complejidad, vastedad y armonía del Universo es un desmentido a la inexistencia de una vida posterior a la vida física. La Biblia explica este asunto de manera prolija. Jesús, cuya presencia terrenal nadie niega, reiteró sobre la existencia del cielo y el infierno.

             Pasé mucho tiempo creyendo, buscando a Dios, orando ocasionalmente, pero bajo una perspectiva dual, ambigua. Un pie en el mundo, otro en el espíritu, como mucha gente en el mundo lo hace. Llegué incluso a prestar oídos a quienes dicen que no hay incompatibilidad entre el placer mundano y la espiritualidad.

          En mayo de 2012, estando en Mérida, comencé a sentir una desazón espiritual acompañada de cierto malestar físico. Al cabo de algunos días experimenté la sensación de que algo se me metía en la cabeza, una suerte de presencia indefinible pero gravosa. Fue haciéndose habitual. Empecé a sentir angustia y después conatos de pánico que, con esfuerzo, dominé por completo.  El insomnio me invadió. Busqué ayuda. Hablé con mi hermano neurólogo: me prescribió un fármaco para dormir, eficaz, pero me negué a tomarlo a diario para no hacerme adicto. Consulté luego por teléfono con un colega profesor, sicólogo, que, a su vez, me recomendó un siquiatra residenciado en Valera, mi ciudad de domicilio. Resultó ser un siquiatra católico, a quien yo también conocía. Éste me dijo algunas cosas y me asignó un tratamiento que deseché porque aumentaba mi malestar corporal. Sin embargo, pronto comprendí que lo que me ocurría no era una enfermedad, perturbación síquica o algo parecido. Era algo que venía de fuera y me rondaba, turbándome. Mi reacción fue acorde con mi vocación por los asuntos de Dios: acudí a la iglesia católica. Busqué a un sacerdote exorcista, muy conocido y estimado. Comprendió cuanto le dije y me auxilió con dos de sus principales asistentes. Fueron a mi casa. Me ministraron. Dormí mejor esa noche. Pero en la noche siguiente volvió mi turbación; regresó el insomnio y cuando, con dificultad, llegaba el sueño, presencias tortuosas me invadían. Se venían sobre mí, yo luchaba arduamente, y se iban.

          Me propuse asistir todos los días a la iglesia católica –al templo- y orar. Incluso me volví devoto de la Virgen; compré un devocionario y antes de acostarme rezaba el rosario. Pero era inútil: en las noches aquellas entidades volvían. Busqué agua bendita; rociaba mi dormitorio, mi casa. Iba todas las tardes a la iglesia. Pero al regresar mi preocupación crecía cuando se aproximaba la noche. El insomnio me tomaba por muchas horas y al venir el sueño a duras penas, aquellas entidades invisibles se manifestaban sobre mí.

          A principios del mes de julio comenté a mi hermana política Olga Terán lo que me estaba ocurriendo. Olga es cristiana y me llevó a hablar con su pastor, Daniel Di Sipio. A él conté lo que me sucedía, y también sobre mi vida familiar. Me dio valiosos consejos y al final anoté su teléfono celular en un papelito que metí en mi cartera. Pronto me olvidé de él. Una noche tuve una experiencia tan atroz como inolvidable: al conciliar el sueño por el cansancio, la puerta de mi cuarto se abrió y entró un hombre moreno de baja estatura, cara repugnante y llena de acné, pómulos pronunciados, que se abalanzó sobre mí; luché con él mientras invocaba a Dios desde una debilidad creciente ocasionada por la embestida. Se fue, pero apenas dormí hasta el amanecer.

          Mi visita a la iglesia católica se convirtió en un hábito: rezaba el rosario, me persignaba, me postraba ante el altar; conversaba con el sacerdote, sus ayudantes, y un diácono (amigo de mi infancia) pero nada ocurría a mi favor: todas las noches regresaban aquellas creaturas horrorosas. ¿Qué eran? ¡Demonios, sin la menor duda!

          En la madrugada del 7 de agosto de 2012 fue el clímax: desde que me acosté las creaturas reanudaron su asedio. Al filo de aquellas horas se hicieron tremendamente agresivas: se colocaban sobre mí y gruñían con saña; entreví unas figuras amorfas, neblinosas. Me levanté sumamente asustado; me vestí con prisa, sin bañarme (en contra de una costumbre de muchos años), y me fui en mi carro a ver al sacerdote exorcista. Eran las 7 de la mañana. Al terminar la misa entré al vestuario del mismo, colmado de angustia, y le pedí que me exorcizara porque los demonios me habían aterrorizado en la madrugada. La respuesta del sacerdote fue tibia: “no te preocupes, ven mañana y yo lo hago”.  “No, Padre, ahora; lo que me está pasando es muy grave”, le dije.  “No –insistió con énfasis- ven mañana y te hago el exorcismo”. Me di cuenta de que no cedería y decidí regresar a mi casa. Al llegar entré a mi cuarto y me senté en un sillón heredado de mi madre y tiré mi cabeza hacia atrás, en el extremo de la preocupación. Cuando comencé a cavilar, sintiéndome derrotado, entró a mi mente de una manera espontánea la imagen del pastor Daniel Di Sipio. No fue un recuerdo; fue algo sobrenatural: entró a mi mente como una revelación. Era su imagen, desde el busto, como una fotografía viva. Entonces, maquinalmente, metí mi mano en el bolsillo trasero de mi pantalón y saqué mi cartera: allí estaba el papelito con su número de celular. Lo llamé y enseguida cayó la llamada. “Pastor –le dije- algo serio me está pasando y estoy muy angustiado”. “Véngase –me contestó con amabilidad- aquí estamos reunidos y vamos a estar hasta la 1 de la tarde”. Me paré rápidamente, esperanzado, y le pedí a mi esposa que me llevara y condujera porque yo me sentía sin fuerzas para manejar.  Llegamos al sitio de reunión: la parte alta de una casa espaciosa de dos pisos. Allí había unas doce personas, mujeres en su mayoría, algunas conocidas mías. Nos recibieron con alegría, con abrazos. Nos rodearon y el pastor junto con su esposa, la pastora Grecia, me pidieron que les relatara lo que me ocurría. Así lo hice, y además traté de hacer un resumen de mi vida mundana. Comenzaron a orar por mí, en medio de una hermosa música de alabanza que por primera vez escuchaba, y la pastora puso su mano sobre mi pecho. Caí al suelo y al cabo de unos minutos me levanté. Por segunda vez la hermana Grecia puso su mano sobre mí y volví a caer, esta vez por largo rato. Tirado en el piso sentía que algo se removía dentro de mí y comencé a percibir alivio. Me pusieron un paño sobre las piernas y, al levantarme, Daniel me invitó a tomar una sopa pues en esos días estaban haciendo un ayuno congregacional por 21 días hasta la 1 de la tarde y al final comían frugalmente. Mientras comía la pastora Grecia me dijo: “Se le ve otra cara; cuando llegó estaba pálido y parecía muy preocupado”. Era cierto: estaba aterrorizado. Sentía miedo por las noches porque pensaba que los demonios volverían. La hermana Grecia me ministró una y otra vez en una suerte de tratamiento espiritual que asumió con mucho afecto y dedicación. Comencé a tranquilizarme gradualmente durante el resto de los días del ayuno congregacional.   Satanás, por supuesto, no suelta fácilmente y en algunas ocasiones volvió a molestarme, pero ya sabía que podía ponerlo a raya con mis oraciones. Me entregué a Dios con pasión. Oraba, ayunaba, e iba incluso a las reuniones de las “mujeres de unción”, un programa dirigido por la pastora Grecia, en las que observé la poderosa devoción con que las mujeres se entregan al Señor. Me di cuenta con meridiana certeza de que el Señor me quería en la iglesia cristiana y mi alma me indicaba que ésa era la verdadera, la fundada por Cristo Jesús.

          En agosto de ese año, 2012, asistí a un retiro en una comunidad rural de Trujillo. Allí tuve dos experiencias sobrenaturales: sentí el calor del Espíritu Santo en mi cabeza, desde el cuello, con lo cual recibí la sanación de mi insomnio; y percibí el olor del Trono de Dios: un perfume de incienso purísimo, incomparablemente grato, percibido también por unos niños parados cerca de mí. En noviembre fui bautizado en el río Pocó de Trujillo, después de una decisión personal para la cual me puse en ayuno parcial durante siete días en cuyas noches fui envuelto, en sueños, por la luz maravillosa del Espíritu Santo y me vi practicando algunas de las señales dichas por Jesús que seguirían a quienes en Él creyeran (Marcos 16: 17-18).

          Cuando hoy escribo este testimonio, transcurridos dos años y ocho meses de aquella experiencia dramática que me asoló desde mayo hasta el 7 de agosto del año 2012, día en que fui recibido en la iglesia Monte Sion dirigida por los esposos Daniel y Grecia Di Sipio, mi vida ha cambiado por completo. Morí para el mundo y nací para Cristo. En la medida en que me fui involucrando con la Deidad Trina, los demonios fueron aminorando sus ataques. Nadie debe subestimar al enemigo de Dios y los seres humanos. Cuando recibimos a Cristo él continúa sus agresiones con el fin de disuadirnos. Pero si perseveramos en la búsqueda de Dios nuestro espíritu se fortalece a un grado tal en que termina huyendo. Y si nos consagramos a Cristo Jesús, orando, velando y ayunando habitualmente, Satanás nos temerá y no osará acercarse. Puedo decir, en suma gratitud al Señor, que Satanás ya no me molesta en mis sueños y que he alcanzado un estado espiritual consecuente con la obediencia a Dios. Pero no nos engañemos: en el diario vivir ese enemigo tratará de tentarnos, aguzando nuestras debilidades, aunque en principio las hayamos dominado. Lo venceremos si con voluntad firme rechazamos la tentación.

          Llegué, pues, a los pies de nuestro Señor Jesucristo a consecuencia de una experiencia conmovedora. Hoy me doy cuenta con absoluta claridad de que fue el medio que Dios permitió para que yo me volviera a Él. El único medio al que yo podía responder. Dios me llamó varias veces, de manera pacífica, amorosa, pero no le hice caso. Dios estaba interesado en mí - ¡qué magnífico privilegio! - pero yo permanecía enceguecido por las distracciones del mundo. El placer de la carne, tal vez el predilecto del diablo. La misericordia de Dios se derramó sobre mí cuando yo estaba a punto de la condenación. Y lo hizo permitiendo que los demonios me asediaran. Solo así hice caso y medroso vine al Cuerpo de Cristo. ¡Cómo no he de agradecerle? ¡Cómo no he de postrarme ante Él, día y noche, para honrarlo y adorarlo, si -sacándome de la mundanalidad, “con vara”-  me regaló la salvación? ¡Gracias Padre Eterno, gracias Jesús amado mío, gracias Espíritu Santo!  El gozo de estar Contigo es absolutamente incomparable con cualquier deleite suministrado por el mundo.

 

(Jorge David Linares Angulo)

         

           

 

 

 

miércoles, 22 de julio de 2020

El nuevo código secreto de la Biblia


Acabo de leer El nuevo código secreto de la Biblia, parcialmente, pero con una visión panorámica que me da inteligencia sobre su total contenido. Es un libro técnico, escrito por un periodista estadounidense ateo, con la ayuda de un ilustrado judío de apellido Rips. No es de esos libros que pueden llamarse apasionantes, al menos desde mi perspectiva. Lo leí como quien escala una montaña o, mejor, un risco, sin la pasión de un alpinista. Terminé por abandonarlo cuando entendí que ya tenía una idea suficiente de él.
            El libro examina los versículos de la Torá, la cual es su único contexto, y va descubriendo los versículos que en ella se encuentran de manera entrecruzada. Su novedad consiste en que son profecías distintas a las del Antiguo Testamento y proyectadas sobre el siglo XXI. El mensaje derivado de ellas es que el mundo terminará destruido por un holocausto nuclear generado desde el Medio Oriente por terroristas musulmanes. Ese holocausto se llevará a cabo en el año 2006. El escritor tajantemente habla del “fin de los días”, es decir, del fin de la civilización actual en todo el planeta. Aplicando su método de versículos entrecruzados, los códigos secretos de la Biblia (esto es, los que no están conocidos de manera explícita) revelan, por ejemplo, la destrucción de las Torres Gemelas del World Trade Center, los actos terroristas fraguados en Afganistán y la personalidad y planes de Osama Bin Laden, además del asesinato –ya consumado- del presidente J.F. Kennedy. De pasada, el periodista cuenta cómo hizo contacto con líderes del momento como Yaser Arafat y su ayudante, y líderes judíos especialmente del sector militar sin que hubiera podido entrevistarse, a pesar de su insistencia, con el primer ministro Ehud Barak´
            La debilidad del libro está en que todo lo apuesta al hecho de que “el fin de los días” culmina en 2006 con el lanzamiento del artefacto nuclear que produciría el holocausto. Han pasado 14 años (hoy 20 de julio de 2020).
            Otra de sus debilidades es que es una profecía totalmente judaica, ignorando el Nuevo Testamento (aunque hace referencia tangencial del Apocalipsis) no obstante estarse redactando en el año 2002. El autor, Michael Drosnin, a pesar de declararse continuamente ateo, se muestra sorprendido de las revelaciones proféticas emanadas de “alguien superior” que no está en el planeta sino “en el cielo”.
            En conclusión, debo decir que es un libro pesado, cargado de notaciones técnicas, “matemáticamente “bien distribuido o diagramado (seguramente por la influencia del matemático Rips) y, por tanto, “desangelado”. Acercándose al final hay una esperanza de incantación porque parece apelar a una narrativa histórica cuando se refiere a líderes conocidos como Arafat, Clinton, Sharon, y asuntos de actualidad, pero el tozudo estilo glacial termina despojándolo de interés aun en estos aspectos.

           



miércoles, 17 de junio de 2020

Es Jesucristo, no los sistemas

Cuando observamos la existencia y la consiguiente tensión que vive el mundo tenemos que llegar a dos conclusiones: 1) la tensión es inevitable porque es la consecuencia de la entrega del mundo a Satanás por parte del hombre al producirse la caída; 2) para moderar esa tensión e incluso eliminarla vino nuestro Señor Jesucristo. Si aceptamos a Jesús habremos dado un gigantesco paso que se traduce en paz individual y colectiva y en progreso espiritual y material. No son los sistemas económicos y sociales los que resuelven los problemas sino la aceptación de Jesús. No obstante, el sistema basado en la economía de mercado es mucho mejor que el sistema socialista porque éste conlleva improductividad y opresión. En el sistema de economía de mercado, con libertad inherente, la aceptación de Jesús es grande. Y en  países capitalistas donde predomina el cristianismo se observa estabilidad, paz y abundancia. Corea del Sur es un ejemplo notable.
Venezuela actual, bajo el régimen chavista, es hoy día una muestra más del fracaso del socialismo. En 20 años el país ha sido destruido por la persecución contra la propiedad privada. En las esferas de poder predominan el culto por la autocracia, el ateísmo o las creencias religiosas vinculadas a la brujería. La consecuencia es un país asolado por la improductividad. Afortunadamente existe un pueblo consagrado a Jesús que ora sin cesar y obra una conducta irreprensible. Los frutos son un aliviamiento de la escasez en las familias cristianas y una fundada esperanza en el cambio hacia la libertad. Dios ha hablado a los creyentes y enviado el mensaje de que, por su oración y fe, una nueva Venezuela habrá de nacer  con un gran avivamiento y un nivel de producción como nunca antes en su historia. Bendito sea el Señor por siempre jamás. Amén.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Los conflictos en el mundo y Cristo Jesús


Cuando veo los conflictos que vive el mundo (muy obvios estos días en nuestro continente a propósito de los disturbios en Chile, Ecuador y Bolivia) me convenzo de que en el fondo de los mismos subyace una crisis espiritual profunda que revela un anhelo difícil de precisar porque el mundo se ha llenado de logros materiales deseados por la mayoría, y a la larga insatisfactorios. Ocurre que esa crisis ha tenido algunas respuestas de tipo moral (igualdad en la riqueza, difusión de la solidaridad, fraternidad, bienestar etc.) las cuales también han sido insuficientes. Para mí, solo hay una respuesta válida: la búsqueda de Dios. Sin saberlo o intuyéndolo, los pueblos, la gente, experimentan una gran necesidad de Dios. Y aciertan en esto porque solo el llenarse de Dios da lugar a la paz. A la paz individual que es predecesora de la paz social. Y cuando decimos "Dios" nos referimos a la Deidad Trina -Padre, Hijo, Espíritu Santo-. Al aceptar a Jesús, Dios que se hizo hombre, nuestra sensibilidad y nuestra percepción de los demás y del mundo cambian completamente. Nos contagiamos de la tolerancia, la rectitud, el amor a nuestro prójimo que caracterizaron al Maestro de Galilea. Por supuesto, estoy hablando de quienes hacen una aceptación genuina de él y dan testimonio en toda circunstancia.
            De allí la evidencia de que no son los sistemas los que arreglan el mundo. Países hay con sistemas de organización social muy buenos que terminan en conflictos porque están sobre un sustrato espiritual dudoso, como lo está demostrando Chile. Mucho éxito, mucho progreso pero una moral quebrantada, liberal, permisiva (la ley dispensadora del aborto, la de diversidad de género, etc.). Ni hablar de los sistemas socialistas los cuales de entrada son problemáticos, opresivos, ateos, estériles. Claro está que la felicidad total no existe porque el hombre entregó el dominio del mundo al “príncipe de las tinieblas”. Pero si aceptamos a Jesús, cambiaremos en él, y la paz reinará en nuestro corazón, nuestros cuerpos se fortalecerán porque renunciaremos a los vicios y nos gozaremos en hacer el bien. Así, las naciones con una importante población cristiana se abocan igualmente a la paz y logran estabilidad política, prosperidad y autoridad moral. Costa Rica es un ejemplo cercano a nosotros. También otros países similares: Corea del Sur, Alemania, Nigeria, Kenia, Congo RD, Estados Unidos, Brasil, China, Reino Unido, África del Sur, India (donde el cristianismo se difunde por encima de multitud de religiones primitivas).


sábado, 17 de agosto de 2019

Entrar al Reino de Dios



            El 7 de agosto de 2012 el Señor me llamó a su Cuerpo. Fue un llamado muy claro, resultado de un remover espiritual profundo. Ese llamado me dio una enseñanza inolvidable: cuando el Señor llama hay que obedecerle porque Él no revocará ese llamado. Si la desobediencia persiste, las consecuencias pueden ser muy duras. Desde que Él me llamó mi vida cambió. Dejé para siempre el mundo secular y entré al Reino de Dios. 
     Fui formado como católico y cumplí todas las ceremonias que esa formación demanda: bautizo (con poco tiempo de nacido), primera comunión, confirmación, matrimonio, misas. Pero nunca me sentí en verdadera comunión con el Señor y mi vida fue placentera, mundana. Había, sin embargo, en mí mucha necesidad de Dios. Me solía arrodillar y pedirle que me dijera o demostrara toda la verdad (aún no era familiar para mí la palabra “revelación”). En 1963 en España encontré un libro unitarista que me enseñó algo precioso: la oración. Insistía mucho en la oración al Dios Único. Supe tiempo después que el unitarismo no es una doctrina correcta, pero ese libro (llamado por su anónimo autor Libro de la Vida) grabó para siempre en mí el valor de la oración.   Lamentablemente no oré con la insistencia debida y la vida mundana volvió a apoderarse de mí. 
     A mediados de junio de 2012, en plena madurez de mi vida biológica, viví una crisis espiritual conmovedora. Acudí a mi religión tradicional. Pero no hallé respuesta. Un par de meses antes había conocido a un pastor cristiano. A él acudí cuando la crisis que vivía tomó escalas muy altas. Me recibió en su iglesia. Él, su esposa y algunos hermanos que allí estaban, oraron por mí. Desde ese momento mi crisis comenzó a amainar; mi asistencia a esa iglesia se hizo cotidiana. Encontré paz y supe que el Señor Jesucristo me había recibido en su Cuerpo, es decir, en su iglesia.
            Recientemente hubo entre los hermanos, con quienes suelo reunirme para orar, una digresión en torno al concepto iglesias. La iglesia de Cristo es una, alegaba un hermano; luego no debería hablarse de iglesias. Pero pronto entendimos que hay denominaciones, en su mayoría legítimas. Cada denominación, en sentido amplio, es una iglesia, una clase de congregación con algunas características propias. Pero todas están bajo un denominador común: la Biblia. Solo aquellas que introducen nociones contrarias a la Biblia dejan de ser iglesias para convertirse en sectas. Tal es el caso de los hermanos Testigos de Jehová y de los hermanos mormones. Los primeros niegan la divinidad de Jesús; los segundos han establecido el Libro del Mormón, paralelo a la Biblia
            Para vivir alineados a la voluntad de Dios hay dos recursos esenciales: la oración y la lectura de la Biblia. La Biblia es la Palabra de Dios y por ello debemos aceptarla tal cual fue redactada por inspiración del Espíritu Santo. Mateo 24-35 lo dice con claridad: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.

sábado, 29 de junio de 2019

Venezuela en crisis espiritual


           
            Leí recientemente en la página de un pastor cristiano que la crisis vivida por Venezuela tiene origen espiritual. Hace unos cuatro años leí algo similar en un libro titulado “Memorias de una nación en guerra” escrito por el reverendo José Ángel Hernández, también pastor cristiano, radicado hoy en Estados Unidos. Es este un libro sobrio, de abundante argumentación. Su tesis es la misma: Venezuela vive desde 1999 una crisis cuyo origen es espiritual. De esto hay que hablar, aunque la incredulidad sea mucha.
            Cuando he conversado con no creyentes y ateos, siempre aludo a una realidad que tenemos a la vista: el espacio sideral. Los científicos con sus ultramodernos telescopios han descubierto la existencia de entre 200 y 400 mil millones de estrellas y 445 sistemas solares. Esa inimaginable cantidad de cuerpos celestes guardan un orden perfecto: siguen órbitas de diversa magnitud sin que haya choques entre ellas y un buen número de los sistemas solares son mucho más grandes que el nuestro. ¿Se hicieron solos? ¿Es concebible que la materia original inerte evolucione de tal manera que construya vastos sistemas celestes y sistemas solares complejos y al final dé lugar a seres individuales inteligentes y de poderosa iniciativa? La ciencia no ha podido explicarlo y parte de ella ha terminado por admitir las explicaciones de raigambre espiritual enunciadas en la Biblia, el único libro sostenido a lo largo de la historia. Los hombres de ciencia -salvo los recalcitrantes más por orgullo que por convicción- han aceptado que todo eso resumido en el concepto vida ha sido creado por una inteligencia suprema llamada Dios.
            Albert Einstein, el científico más importante del Siglo XX y entre los primeros de la humanidad, dijo:
            “Al intentar llegar con nuestros medios limitados a los secretos de la naturaleza, encontramos que tras las relaciones causales discernibles queda algo sutil, intangible e inexplicable. Mi religión es venerar esa fuerza, que está más allá de lo que podemos comprender. En ese sentido soy de hecho religioso: las leyes de la naturaleza manifiestan la existencia de un espíritu enormemente superior a los hombres … frente al cual debemos sentirnos humildes”.
             Ese “espíritu enormemente superior a los hombres” no podemos llamarlo sino Dios. Y ese Espíritu, fundado en un poder inherente denominado amor, es el creador de ese abrumador y maravilloso orbe que es el Universo. La existencia de Dios es incuestionable.
            En Venezuela a mediados de los años ochenta el hermano José Ángel Hernández hizo guerra espiritual en Sorte, la montaña de ese demonio llamado María Lionza representado por una mujer blanca de mediana edad y ropas claras. Gran parte de Venezuela desfiló por esa montaña donde se levantaron miles de altares. Adorar a semejante demonio implicó que una buena porción de la población venezolana diera la espalda al Dios Único, Creador del Cielo y de la Tierra. Ello trajo males al país. Uno descollante fue la crisis política iniciada en 1983 con el denominado “Caracazo” a partir del cual Hugo Chávez accedió al poder después de dos golpes de Estado fallidos, siendo elegido en 1999 Presidente de la Republica. Cuando un grueso número de la población de un país se aleja de Dios la desgracia sobreviene. No por voluntad del Señor ni mucho menos como castigo. La Deidad Trina (Padre, Hijo y Espíritu Santo) es un caballero. Respeta las decisiones de sus creaturas humanas. Ese alejamiento abre un espacio espiritual que vienen a ocupar los poderes de las tinieblas. Hug0 Chávez en el poder se involucró en la brujería de manera pavorosa (David Plácer, joven periodista venezolano hoy exiliado escribió el libro “Los brujos de Chávez”) y se dice que el Sr. Maduro y su entorno han convertido al palacio de gobierno en un cubil de brujería.
            La brujería es obra de Satanás y una de las más graves ofensas a Dios. Por eso el Antiguo Testamento advierte y la repudia en múltiples versículos.       Así -para solo citar uno-  en 2 Crónicas 33:6 se lee: “Hizo pasar por el fuego a sus hijos en el valle de Ben-hinom; practicó la hechicería, usó la adivinación, practicó la brujería y trató con médium y espiritistas. Hizo mucho mal ante los ojos del SEÑOR, provocándole {a ira.}”.
            Afortunadamente en Venezuela hubo y hay un remanente que se ha mantenido fiel al Señor, orando sin cesar y llevando una vida irreprensible. A él han oído Dios y su Santo Hijo y por eso nuestro país no será esclavizado por el Maligno. Venezuela pronto renacerá con un poderoso avivamiento y estos ya largos años de escasez y retroceso cesarán. Será un país sostenido por una iglesia fiel y consagrada y vendrá paz, abundancia, alegría. El Cuerpo de Cristo tiene un gran papel que realizar. Su enorme responsabilidad es sostener la espiritualidad del país. Debemos estar muy conscientes de ello. Orar sin cesar, ayunar, vigilar, evangelizar son sus tareas naturales y debe asumirlas con denuedo y perseverancia. La palabra profética es esperanzadora: Venezuela será nación líder en Cristo Jesús y gran testimonio y ejemplo para el mundo.
           
            Mérida, Venezuela, 29 de junio de 2019
           




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