sábado, 28 de noviembre de 2015

Cristo vino a rescatar a los perdidos

La venida de Cristo al planeta Tierra es el hecho más trascendental de la humanidad. El escepticismo, el humanismo (entendido como una doctrina de exaltación absoluta del hombre), el ateísmo, la arrogancia intelectual, etc. desdibujan este hecho. No reparan o simplemente subestiman la poderosa pertinencia del nacimiento de un hombre dotado de divinidad cuya palabra y conducta a nadie dejaron indiferente al punto de dividir la historia en un antes y un después. Si los ateos y sus afines meditaran en esta inexorable división tal vez pondrían a un lado su incredulidad. Es decir, ni el ateo más recalcitrante puede negar la existencia de Jesús en virtud de esta partición cronológica que da fe de su presencia terrenal. Cristo, pues, vino por primera vez y los historiadores, mediante compulsiones rigurosas, han determinado que fue aproximadamente en el año -4 de nuestra Era, es decir, en el año 4 contado de manera regresiva a partir de los cuatro mil años transcurridos desde la aparición del hombre hasta el  nacimiento de Jesús.
¿Por qué vino Cristo a la Tierra? Sin duda, a darnos un conocimiento pleno del Padre Eterno y una enseñanza imperecedera del amor y del perdón a través de su ministerio y el sacrificio de su vida. De sus enseñanzas no se derivó una religión sino la necesidad de establecer una relación personal y directa con Dios teniéndolo a Él como intercesor.
Ahora bien, Jesús no vino a salvar a los justos (que ya de por sí son salvos) sino a los perdidos, es decir, a aquellos hombres y mujeres sumidos en el pecado. Cuando los fariseos le reprocharon que comía y bebía con publicanos y pecadores Él respondió: "La gente sana no necesita médico, los enfermos sí. No he venido a llamar a los que se creen justos, sino a los que saben que son pecadores y necesitan arrepentirse" (Lucas 5:31-32, NTV). Y cuando lo criticaron porque se hospedó en la casa de Zaqueo, el muy rico y desprestigiado jefe de publicanos, les dijo: "El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar a los que están perdidos" (Lucas 19:10, NTV)
Ocurre que hay personas que manifiestan escepticismo con relación a la salvación concedida por Jesús a los pecadores y en este sentido expresan críticas abiertas o veladas al Cuerpo de Cristo porque está lleno de hombres y mujeres que han cometido pecados de todo tipo, a menudo escandalosos ( adulterio, incesto, blasfemia, estupro, asesinato, sodomía, avaricia, mentira y calumnia destructiva, etc.). Pero Cristo recibe en su Cuerpo, es decir, en su iglesia, a todo aquel que arrepentido pide perdón sincero por sus pecados, cualesquiera sean. Quien hace esto queda perdonado y asume el compromiso de obrar conforme a la voluntad de Dios y las enseñanzas de Jesús, pues quien se arrepiente y pide perdón de corazón comienza a ser una persona completamente distinta. Renuncia al mundo y vive en Cristo y para Cristo. Es decir, comienza a vivir una vida irreprensible. Quien dice arrepentirse y pide perdón, pero continúa viviendo una vida reprobada, sencillamente no se ha arrepentido de verdad y por eso mismo no es objeto de perdón.
No dudes, hermano que me lees: Cristo te ama y te espera con los brazos abiertos. Él es el único que salva pues en la medida en que te perdona por tu arrepentimiento sincero, te transforma. Te transforma en santidad. Y ten en cuenta esto: santo es todo aquel que cumple con la voluntad de Dios, guardando todas las cosas que Jesús nos mandó (Mateo 28:20).  Y todos, absolutamente todos, incluso el peor malhechor transformado, podemos serlo. Y sólo la paz, que es la única felicidad posible, la da Cristo Jesús, Señor nuestro.

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