sábado, 30 de septiembre de 2017

¿Tiene sentido la vida?

Hace pocos días recibí desde una ciudad de Estados Unidos, por whatsapps, el mensaje de un querido amigo. Decía más o menos: "Jorge, ¿qué sentido tiene todo esto? Gente saliendo a trabajar, levántandose desde la madrugada, para llegar temprano al trabajo a través de autopistas de cinco canales; que trabaja de sol a sol, a menudo con dos empleos, para terminar en la noche en su casa viendo noticieros o algunas diversiones por televisión; que atesora dinero para concluir en el aburrimiento después de experimentarlo todo. ¿Qué sentido tiene esta vida?" Mi amigo es ateo y suele expresarlo sin ambages. Entendí lo que me quería decir: al final de todo sólo queda un vacío espiritual el cual, fatalmente, conduce a una sensación de soledad.
Esto es frecuente en la vida, sobre todo en la vida moderna, donde la ciencia y la tecnología han dado lugar a un bienestar material sin precedentes. Y dolorosas consecuencias vemos a menudo: gente célebre que se suicida, gente rica que se suicida. Hay quienes se refugian en el trabajo, en alguna afición, en alguna actividad lucrativa, hasta sedarse, pero al final desembocan en el mismo "sin sentido". Creo que a veces hay una escapatoria válida: la de entregarse a alguna obra pía o de caridad, las cuales pueden devenir un sentimiento o actividad religiosa. Pero por lo general esta escapatoria es temporal y concluye en el punto de su partida.
Muchos hemos vivido la experiencia: lo hemos conseguido todo, probado todo, disfrutado todo, pero al final ha llegado el desasosiego, una suerte de vacío a menudo inexplicable. Un "sin sentido". Probamos de nuevo, fabricamos nuevas vivencias, surge un nuevo entusiasmo. Una nueva temporalidad. Al cabo: zas!, se disolvió todo. Es entonces, de acuerdo a las particularidades de cada quien, cuando se inicia la búsqueda suprema, con frecuencia desesperada. De pronto una señal, venida de alguna parte, nos sugiere una luz apuntando hacia un nombre y un contenido que estremece: Dios. Y nos lanzamos a un hallazgo, no pocas veces tremendo, incluso terrible, como me ocurrió a mí. Y pasa que ese Ser excepcional comienza a darnos señales de acuerdo a lo que necesitamos o deseamos. Luego se perfila como lo que auténticamente es: Deidad Trina. Padre, Hijo, Espíritu Santo. No es un encuentro fácil porque entrevemos su enorme y reconfortante significado, pero hay un precio que tenemos que pagar: ya no ser más nosotros mismos. Morir a nosotros mismos, es decir, al mundo que hemos vivido. Y entregarnos. Es un dilema inescapable que se torna en un dilema que en rigor no lo es. Porque el alma nos dice que si no nos entregamos las consecuencias van a ser devastadoras. Pero esto tiene una explicación: hemos sido elegidos, llamados. No hay escapatoria. Es el llamado del Señor. Pero no es un llamado arbitrario. Nos estremece al principio, pero todo lo demás lo deja a nuestra voluntad. Debemos decidir si continuamos o no. Pero ojo: si aquella búsqueda ha salido de nuestra alma profunda, no hay vuelta atrás.
Cuando la vida aparece "sin sentido" es porque se vive sin Dios. Sin el Dios Trino: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Sólo vivir en Él nos da paz, seguridad, optimismo. Es nuestro real refugio, escudo seguro. Hermano: no lo dudes, En estos tiempos cruciales vuelve tus ojos a Él, busca su presencia. Sólo Él, Cristo Jesús da sentido a la vida.

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