Mi deducción bíblica del
fascismo
Hago una aclaratoria necesaria:
quienes vivimos en Cristo no debemos inmiscuirnos en política. Esto en
principio. Porque actualmente existe un grupo de autoridades cristianas que
auspician la participación de los cristianos en todas las esferas de la actividad
humana, entre ellas Myles Munroe, pastor muy prestigioso de las Bahamas
recientemente fallecido. No obstante debemos estar advertidos acerca de la
llamada política militante. Militante, digo, en tanto en cuanto si diéramos una
opinión debemos hacerla con ponderación e intención conciliadora. Nunca, pues,
con espíritu descalificador y mucho menos agresivo, frecuente cuando se
practica la militancia.Ocurre que en días pasados, a propósito de la crisis
política y social actualmente vivida por Venezuela, reunido con algunos amigos,
se suscitó una conversación en torno a la palabra fascismo y su derivada,
fascista. Se advertía allí que el actual gobierno venezolano llama con
frecuencia fascista a los opositores. El término fascismo está ligado a la
violencia. Muchos no saben
con exactitud qué significa, pero sí todos, o casi todos, saben que se
relaciona con la violencia o, en todo caso, con las formas más negativas de
hacer política. En la medida en que conversábamos, uno de los asistentes habló
acerca de las cosas que Dios más aborrece, y citó el capítulo 6 de Proverbios,
versículos 16 al 19. Los reproduzco de
manera directa a fin de facilitar la comprensión del lector general:
“Seis
cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: los ojos altivos, la lengua
mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina
pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso
que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos”.
Quienes conocen un poco de la
historia contemporánea saben cómo actuaron los dirigentes y militantes
fascistas y nazis, antes y en el curso de la Segunda Guerra Mundial. Un dicho
del ministro de propaganda del Tercer Reich, el Dr. Goebbels, se hizo famoso:
“una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Los nazis actuaron con absoluta crueldad y
falta de escrúpulos. Ellos, junto con los fascistas italianos de Mussolini,
constituyeron un sistema de ideas de carácter totalitario, es decir,
favorecedor del dominio de la vida total de los individuos por medio
de la fuerza. El nazismo tuvo un ingrediente particular: la idea de la
superioridad racial, lo cual le dio un carácter de utopía tanática. El fascismo
caracterizó al nazismo y, salvo este ingrediente racista, efímero y particular,
el nazismo no implica un modelo que se diferencie nítidamente de aquél. De allí
que tratándose de un sistema político-social auspiciador de la violencia y el
totalitarismo, el fascismo ha quedado como el modelo por antonomasia.
El fascismo, observado a grosso modo,
implica: 1) carácter totalitario; 2) uso
de la violencia y, en consecuencia, muertes ; 3) tendencia a mentir, a
falsificar los hechos a su favor; 4)
arrogancia; 5) cinismo; 6) propagación compulsiva de sus ideas; 7) división social; 8) negación del debate; 9) uso de brigadas de
choque.
Si
comparamos estas características con lo enunciado en el capítulo 6 de
Proverbios, versículos 16 al 19, encontraremos correspondencia:
"Los
ojos altivos": arrogancia. "La lengua mentirosa": tendencia a mentir y, por tanto,
a falsificar los hechos. "Las manos derramadoras de sangre inocente": la
violencia, las muertes infligidas a personas que piensan de modo diferente o
que no toman partido por la causa de quienes tienen el poder. "El corazón que
maquina pensamientos inicuos": el cinismo, el planear la ruina del otro y formas
de castigo o persecución contra el considerado enemigo (las brigadas de choque,
por ejemplo). "Los pies presurosos para correr al mal": la complacencia en hacer
daño al otro, el placer de asediar. "El testigo falso que habla mentiras": el ser
capaz de hacer juicios amañados o atribuir a otros la propia maldad. "El que
siembra discordia entre hermanos": la división como arma política, la
propagación de ideas disolutorias, creando división social e incluso familiar.
Yo no quiero señalar a nadie, ni
individuos, ni organizaciones de cualquier índole, ni gobiernos. Como hombre en
identidad con Cristo no tomo partido. Mi verdadera tarea es la de orar, por
todos, en el nombre de Jesús y conforme a las enseñanzas de Jesús. Lo que acabo
de escribir es mi deducción bíblica de un término sumamente citado. Ustedes que
me leen, contrástenlo, medítenlo, evalúenlo. Es, de mi parte, sólo un aporte.
Aprovecho para afirmar lo siguiente:
Jesucristo no vino en vano. Su presencia en la tierra, hace más de dos mil
años, es el acontecimiento más trascendental de la historia humana. No es
azaroso el hecho de que esta historia se haya dividido en un antes y un después
de su venida. Fue, ni más ni menos, el descenso de Dios hecho sangre y carne.
Dios-hombre entre los hombres. Cuando se investiga su doctrina y su vida no se
halla la más mínima contradicción. Su segunda venida Él la anunció de modo
explícito y los signos de los tiempos actuales indican que es una venida que ya
se vislumbra. Los invito a que lean el Evangelio de San Mateo, capítulo 24,
versículos 3 al 51. Comparen lo que allí se dice con lo que actualmente sucede
en el mundo y en nuestro país. ¿Qué estoy queriendo decir? Que es hora de
pensar en el propósito de la primera venida de Jesucristo y en enterarse de su
evangelio, es decir, de lo que nos dejó como mensaje. No es un asunto sólo de
arrepentidos que se han hecho cristianos. Es asunto de todos los seres humanos,
absolutamente de todos, incluso de los que presumen de
ateos. Es algo simple: tomamos en serio a Jesús o no. Lo cual supone también
una decisión simple pero vital: aceptamos a Jesús o lo evitamos. Sí, amigo,
amiga. Es lo que estás pensando: nos ponemos a salvo o nos hundimos.
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